Sobre El Artista

Entrevista a Julio Zachrisson

Video producido por HispanTV.

ENSAYOS

En sus andanzas por el mundo, Julio Zachrisson ha sabido absorber, gracias a su sensibilidad privilegiada, las experiencias humanas y las múltiples manifestaciones culturales de los parajes que ha visitado y en que ha vivido: Panamá, México, Perugia, París y, por fin, Madrid, donde se ha radicado por más de cuarenta años.
Durante este  deambular, su capacidad de trabajo y su fecundo talento han dado origen a una obra artística que abruma por su contenido heterogéneo, por sus reconocidos valores estéticos y por la complejidad de motivos que la han inspirado. Una producción  artística  cuya lectura atenta impide a sus críticos  la brevedad o la síntesis de criterios, una vez que su evolución marca senderos novedosos y variados, influencias impensadas y técnicas  múltiples. Un universo sensible y mágico al cual el espectador panameño ha tenido oportunidad de asomarse en contadas ocasiones – muy escasas, en verdad, relativamente a su innegable importancia – en que este artista ha decidido compartir con los suyos sus experiencias vitales y los mensajes artísticos de ellas derivados.

Una de estas ocasiones se presenta, actualmente, en Allegro, cuando Zachrisson, después de siete años de ausencia, vuelve a Panamá y exhibe  dibujos en técnica mixta sobre papel, realizados entre los años 90  y hoy, revelándonos las últimas etapas  de una evolución que se presenta siempre más compleja en su técnica y más profunda en sus conceptos. 

Lejos ha quedado el mundo gráfico y el “circo- mundo- manicomio” que ha generado, en los años 60 y 70, inolvidables visiones de un “un mundo al revés”, en que la sátira, el dinamismo y la sensualidad, gracias a una narrativa fantástica y surreal, revelaban una cultura centroamericana definida por personajes suburbanos y populares que revitalizaban su memoria de Panamá y, a al vez, sedimentaban las influencias técnicas europeas.  Opacados quedan, frente a su nueva obra, los vivos colores de sus pinturas de los años 80, en aquella fase donde se inauguraba la interiorización conceptual de este artista, exteriorizada en mensajes reveladores de sus raíces panameñas, mediante un proceso técnico aparentemente simplificado por el uso de imágenes frontales cuyas superficies internas, a la manera de las molas,  denunciaban  su individualidad compleja arraigada sea a lo autóctono que a lo universal.  Hoy, un  Zachrisson renovado nos ofrece, en un conjunto de  dibujos sobre papel, sus consagradas imágenes de figuras humanas, siempre aisladas y frontales, ahora en colores cálidos, si no obscuros, en una nueva vertiente de su sensibilidad cuya lectura se hace compleja y su mensaje, hermético. 

El interés  de estos dibujos se centra  en el hombre y en su figura, propiciando una  proyección a dimensiones míticas, mediante visiones enraizadas en la tradición primitiva mesoamericana, al sugerir temáticas  que nos conducen al entorno  misterioso y poético de aquellos códices amerindios cuyos orígenes se pierden en el alma del hombre centroamericano y en el suelo de nuestras tierras.
Sus figuras humanas ganan, actualmente, fuerza y expresión, presentándose frontalmente, como centro de interés de la composición,  y se destacan  por sus marcados contornos  sobre el fondo de color. La capacidad de invención de este artista se concentra en la superficie interior de estas figuras, trabajadas en superposición de planos, en un entrelazarse de líneas y formas que los collages en papel, con sus tonalidades en gradación, hacen armónicas, promoviendo el intenso dinamismo que las caracteriza. De corte cubista, su visión  requiere del espectador la construcción y deconstrucción de la figura, en el conocido intento de esta escuela estilística de favorecer la antítesis de la realidad. Zachrisson crea, así, “obras absurdas y espléndidas”, como osaba afirmar Maurice Denis, refiriéndose a Cézanne.
Inaugura una visión muy personal del hombre, en un esquema puramente analítico que explora la seducción de la vida, con sugerencias humanas – como son las manos, los genitales y los rostros – alejadas de la hipocresía. Sus figuras están caracterizadas por el dinamismo, construidas con elementos geométricos derivados de una amplia experiencia investigadora  de la estética que rehuye la realidad objetiva en búsqueda de un orden de creación universal y poderosamente vivo. Como otros grandes artistas, Zachrisson no busca el deleite visual del espectador; requiere, por su técnica compleja, que el espectador comparta su verdad, imponiéndola por medios dialécticos desvestidos de cualquier astucia gratuita o complaciente, creando en nuestra imaginación un mundo sensible y expresivo en el cual sólo cabe la honestidad.  

Mientras la realidad elusiva es deconstruida rítmicamente en las figuras humanas, éstas se proyectan hacia el primer plano, con contornos fuertemente marcados por estrías de color contrastante que crean la ilusión de planos sobrepuestos.  Son, al unísono, presencia humana y sombra de esta presencia. Se sugieren, así, valores más profundos que la mera  representación de una imagen, en un mensaje que exige indagar en el intrincado de la composición. En este sentido, dos de los motivos recurrentes en este conjunto de dibujos: la pareja y la máscara, logran orientar la visión crítica  y la comprensión  de su temática.

Las figuras de parejas, íntimamente unidas, aunque definidas individualmente, nos conducen al concepto de la dualidad, reviviendo aquel ideario de las culturas indígenas sobre el cual se fundamentaban los conceptos filosóficos y religiosos del indio americano: “ la gemelidad”.  El mito de la gemelidad enfoca, como esclarecen sus estudiosos, el doble principio creador – masculino y femenino – como fuerzas antagónicas simbolizadas también como el bien  enfrentado al mal o el viento a la niebla, el fuego al agua, o, en términos cristianos, dios al demonio. Consideradas fuerzas naturales primitivas, no se concebían  sin la fuerza contraria, en una lucha de elementos  que creaba  la necesidad de aceptar la “otredad”, esto es, el otro, en una búsqueda de la unidad. Este dualismo propició, en nuestros aborígenes, por sus firmes creencias éticas y religiosas,  la aceptación de la diferencia como parte necesaria de su propia existencia. “Ser uno” y, sin embargo, “formar parte de otro” es la esencia del mestizaje americano, tema que Zachrisson presenta en  la evolución de su obra, reafirmándose aquí mediante la representación de estas parejas, figuras-símbolos, que ponen de manifiesto  un mensaje de profundas raíces autóctonas. Mensaje que su autor logra colorear con los perennes elementos de humor y sensualidad, porque, para él, la aceptación de la vida, aún a niveles éticos o filosóficos, es fuente de alegría y de jovialidad.

Así mismo las máscaras aparecen como reiterados motivos en estos dibujos. Surgen en figuras humanas solitarias, como configuraciones  patéticas y exóticas, de gran fuerza expresiva por el contraste de colores y el movimiento de sus líneas interiores. Estas imágenes  resaltan sobre fondos contrastantes de color, enriquecidos por sugerencias cinéticas y simbólicas. Lo geométrico predomina en su representación; sus rostros se enfrentan directamente al espectador, por el tratamiento dado a los ojos de las figuras. Y cualquier realidad figurativa se desvanece en la representación de sus caras – ora duras formas geométricas, ora expresivas calaveras con dientes y ojos en resalto – advirtiéndonos que el artista  nos invita, del mismo modo que las interrogaciones nacen ante una máscara, a un análisis más hondo de su inspiración  creadora.

Rostros que son más  misterio que realidad, en una simbólica imagen de la pluralidad y diversidad humana.  En algunas de estas figuras, valiéndose de un juego de elementos plásticos, especialmente de formas geométricas, el artista revive el humor, la “chapuza”, característicos de su gráfica, al analizar al hombre. Mientras que, en otras, la calavera risueña y las costillas en evidencia enfocan  la interioridad patética del hombre, en un mensaje que recuerda la preocupación constante de la obra de Zachrisson: el retrato descarnado y controvertido de lo humano. Un tema que revive en esta fase de su evolución, corroborando la madura continuidad de una temática a la cual Zachrisson  ha sido fiel: el profundo análisis y la irreverente visión del hombre.

Una visión  que absorbe múltiples mitos primitivos mesoamericanos en que sus dioses - controvertidos y bivalentes- aparecen con dos caras: una, la del hombre vivo y la otra,  en forma de calavera. Mitos y creencias  colmados de fantásticas y misteriosas narrativas  que se originan de su dramática versión de la creación del mundo, en que  se narra como los huesos de estos dioses, regados por la sangre, dan origen a la humanidad. 

Percibimos, así, a reinterpretaciones estéticas de proyecciones míticas que yacen en el alma americana y conducen  a imaginar, simulando a estos sangrientos dioses,  una regeneración del hombre. 

Es la  quimérica reinvención de lo humano  que  Zachrisson propone al espectador, como el  anhelo de un artista  cuya producción estética, enmascarada por la sátira, saturada de motivos exóticos y expresada herméticamente, se transforma en un lenguaje complejo por el valor humano y la profundidad ideal de su contenido.

 

Angela de Picardi

La obra de Julio Zachrisson (Panamá, 1930) se encuentra firmemente arraigada en un triple sustrato cultural que se aúna para dar lugar a su inconfundible producción artística.

Resulta fácilmente reconocible en sus obras la conjugación de elementos de las tres tradiciones que han ido ampliando sus perspectivas artísticas. La primera esencia es la panameña, patente en la tipología de los personajes característicos de las usanzas de los artistas panameños predecesores. La segunda de las raíces alimentadoras del arte de Julio se asienta en la búsqueda a través de Centroamérica de nuevos referentes culturales que culmina con el asentamiento del autor en el pujante ambiente cultural de la década de los 50 en México y que significará el establecimiento para siempre en su obra del elemento cultural latinoamericano y sus temáticas más características. El último de los elementos fundacionales del arte de Zachrisson es la adición del universo hispano-europeo. Cada acercamiento a tradiciones desconocidas supone una nueva incorporación que suma. En ningún caso borra la trayectoria previa sino que enriquece y personaliza aún más sus convicciones artísticas. Nada ejemplifica más esta complementación entre sus raíces que el estudio de las exposiciones, tanto individuales como colectivas, del autor que nos permite comprobar el constante retorno a los orígenes.

Así, junto a sus exposiciones en las grandes metrópolis del arte como Washington y Nueva York, apreciamos cómo no hay año que no intercale exposiciones en su múltiple área cultural (Latinoamérica, Panamá, España-Europa). La dedicación casi exclusiva en las primeras etapas artísticas al dibujo y al grabado, así como su tardía aproximación a la pintura (1976), convirtieron a Zachrisson en un profundo conocedor de los secretos del grabado. Su maestría en esta técnica le sirvió para la obtención de la mayor parte de sus premios artísticos, destacando entre ellos el premio Aragón-Goya de 1996.

Cada una de las obras de Zachrisson testimonia la absorción de las tres esencias citadas. Por una parte, en sus obras son referentes constantes personajes tradicionales del arte panameño como los chamanes. También crea grabados con temas locales como Muerto de Chimbombó, Panamá, 9 de enero y Panamá, 20 de diciembre 1989; la temática latinoamericana tiene su más claro exponente en Guanahaní, 12 de octubre de 1492, así como en Astronauta guajiro y La Manigua; la tradición pictórica hispana es reinterpretada en las series Bufones y Enanos y la literatura hispana aparece en Polifemo y Galatea, además de la mitología clásica en Caída de Ícaro. De este modo el arte de Zachrisson ha pasado a ser un referente fundamental en los tres espacios culturales en los que se asentó, pues su capacidad de hibridación ha servido para abrir nuevas vías artísticas.

Ficha técnica - PDF

El pintor y grabador Julio Zachrisson nació en Panamá en 1930. Vivió en la ciudad de México desde 1953 a 1960, donde estudia en la escuela fundada por Diego Rivera La Esmeralda y trata a los pintores mexicanos más jóvenes entonces, como Cuevas, Gironella y Soriano. Desde 1961 vive en Madrid.

Ha expuesto numerosas veces y ha participado en diversas aventuras colectivas y solitarias.

Hasta aquí la biografía sucinta de un pintor porque lo que nos interesa son sus obras. Se ha escrito sobre su incardinación latinoamericana, especialmente mesoamericana, como si un artista pudiera ser de un lugar, como si los lugares generaran pintores. Yo creo que lo que nos interesa en los aguafuertes y pinturas de Zachrisson es, sin negar la influencia que en su obra ha ejercido el mundo negro de Goya o ciertos pintores latinoamericanos, justamente lo que tiene de universal, aquello que trasciende las fronteras. Rufino Tamayo y José Luis Cuevas no son pintores mexicanos; Picasso y Tapies no son pintores españoles. Julio Zachrisson no es pintor panameño, es pintor.
Por eso cuando uno mira su obra la reconoce, se reconoce o tiene la posibilidad de hacerlo. Se podría pensar que su obra es susceptible de dividirse en dos caras, la paródica e irónica, mordaz, ácida, y la centrada en el erotismo, entendido éste de manera muy amplia.

Quizás sus mayores obras sean hijas de la madurez, digamos que desde finales de los años sesenta, cuando cada vez más se adentra no tanto en la temática como en el cuadro mismo. No se quiere decir en absoluto que haya tendido a la abstracción: hay en él una pasión figurativa, centrada especialmente en la figura humana, en ocasiones en la pareja o, con más pasión y ensañamiento, en la figura femenina. La mujer como erotismo y sexualidad, la sexualidad como abertura hacia lo misterioso e insondable. Como de las apariencias no ha obtenido suficiente respuesta, se ha adentrado en la corporalidad, ha descubierto y con él nosotros, a la persona como llena de huecos, habitables e insondables, fantásticos y terribles a un tiempo. Por otro lado, su realidad no es ajena al mundo exterior: sus cuadros postulan la conexión entre lo interno y lo extremo.

¿Pinta personas o procesos, cosas o tránsitos? Tal vez todo a un tiempo, como testimonian los impresionantes aguafuertes de La Manigua (1985), Hombre danzante (1993) y Hombre con pájaro (1993), entre muchas otras obras. Al mismo tiempo, esta conexión expresa una corriente simpática, cercana a la que ciertas drogas son capaces de despertar en la percepción y en nuestro imaginario: el descubrimiento de que el mundo exterior participa del mismo latido de nuestra interioridad. La sexualidad humana revela finalmente si no su misterio sí al menos su sentido analógico: el universo, parecen decir ciertas obras de Zachrisson, está hecho de conjunciones y disyunciones, está machihembrado.

El erotismo es, pues, búsqueda de una conexión universal. Siendo humano, el erotismo descubre su poder analógico, como se evidencia en la pintura Nocturno romántico (1984), sin duda una de sus obras más líricas. Pero hay que señalar que en esta búsqueda patente la dimensión tanática del erotismo, su invitación tanto a penetrar como en encuentro con las puertas cerradas: el camino que el ojo recorre y el muro del cuerpo, evidente y misterioso, irresoluble en su significado último.

Julio Zachrisson o el misterio irresoluble del erotismo, el misterio de ser.

Por Juan Malpartida

Afincado en España desde 1961, Julio Zachrisson (Panamá, 1930) se formó en el Instituto de Bellas Artes de Ciudad de México entre 1953 y 1959, año en que emprende un viaje por Europa que le llevará a trabajar en 1960 en los talleres de la Academia Pietro Vannucci en Italia. Ya en Madrid, trabajó durante tres años en la Academia de San Fernando, periodo en el que se consolida su admiración e influencia en su obra de los grabados y las pinturas negras de Goya. Pero Zachrisson es un pintor y grabador, como muchos otros iberoamericanos, que, junto al ascendiente que ha ejercido en su producción la tradición artística occidental, también hunde sus raíces plásticas en el indigenismo y en las culturas precolombinas, especialmente de América Central y de México. Como reconoció hace bastante tiempo con gran clarividencia Octavio Paz, este entusiasmo de los creadores iberoamericanos por las formas artísticas autóctonas del continente americano, fue en realidad preparado por el interés en el arte no occidental propio de la tradición moderna europea. En este sentido puede, por tanto, decirse que el arte de América pudo contemplarse a sí mismo porque otros lo habían empezado a descubrir anteriormente. Esta doble confluencia es la que concurre precisamente en la obra de Julio Zachrisson.

Pintor irónico y mordaz, con un uso generoso de los colores planos perfectamente delimitados en su contorno espacial, los cuadros de Zachrisson se caracterizan por una figuración de orígenes amerindios, una equilibrada contención cromática, el empleo de la línea en zig-zag, un inocente erotismo y una lejana influencia surrealista, no tanto por la raíz inconsciente de su extraña fauna figurativa, que no la tiene, sino por sus formas caprichosas alejadas del sistema de proporciones y del canon renacentista. En algunas composiciones recientes, por ejemplo, son muy evidentes las correspondencias con algunos elementos de Xul Solar y, sobre todo, con los célebres Tres músicos y Tres máscaras musicales de Picasso, ambas de 1921, así como con algunos arlequines del malagueño.

Resultaba imprescindible ofrecer algunas indicaciones de la pintura de Zachrisson porque sin ellas no es posible comprender su obra gráfica, al menos desde el punto de vista formal y simbólico, pues desde una perspectiva técnica goza de una completa independencia. Maestro consumado en las técnicas del aguafuerte y de la aguatinta, Zachrisson marca con contundencia los contornos de sus figuras con el buril, del mismo modo que crea con la aguatinta unas zonas amplias, densas, oscuras, de diferente granulado, que enmarcan y proporcionan un adecuado espacio a sus figuras, sin rechazar la visión frontal, la centralidad y la simetría. Cuando se decide a emplear el color, lo hace con gran maestría, consiguiendo unos verdes y unos ocres soberbios. Aunque los temas son primordialmente de extracción indigenista, ídolos y figuras mesoamericanas en las que se nota la influencia de las vanguardias europeas, hay veces, muy pocas, en que hace concesiones a un cierto eclecticismo, casi inapreciable, transido de alusiones fantásticas y oníricas.

Por Enrique Castaños Alés

Ser de América, concretamente de Panamá, que es por decirlo así la división geográfica del norte y el sur de esas bellas e inmensas tierras, debe implicar algo en la manera que tienen de ver las cosas los habitantes de esos lares, con más razón con la percepción de un hipersensible artista. Se puede atisbar hacia los dos extremos, se es consciente desde muy temprano de la fugaz condición de transeúntes, se mira entre la bruma las posibilidades de ampliar los horizontes. A Julio Zachrisson lo ha movido su amor al arte, su deseo de aprendizaje, su sed de saber. Pero también esa dualidad entre el gozo y el descontento, esa insatisfacción visual de su infancia, ese querer abarcar y contemplar más allá de su propia mirada. Nosotros hacemos nuestro propio destino con decisiones y acciones tan rotundas como dejar lo más querido atrás.

Y su obra refleja esa capacidad para fluctuar entre los extremos, como si se paseara de un lado al otro de su profundidad mental. Por una parte, es el ritmo, el sabor, la visualización del son. Por otra es lo oscuro del ser humano, la preocupación por la futilidad de la existencia, la angustiosa certeza de lo destructiva que puede ser nuestra especie. Sabe decir las cosas, porque tenemos ante nosotros a un artista que no se ha olvidado, como muchos que ni siquiera quieren aprender y por lo tanto no tienen nada que “desaprender”, de los principios del lenguaje plástico y de las posibilidades que se abren cuando se tiene dominio, capacidad y competencia en el oficio de crear. Siendo moderno al buscar su estilo, entra en la posmodernidad por su capacidad de abarcar una serie de técnicas y materiales que hacen de él un artista multidisciplinar.

Ritmo, color, movimiento, composiciones abiertas y otras cerradas son las armas que maneja, en esa lucha por transmitirnos la dinámica de su pensamiento. Aunque mucho se habla de la creatividad para conseguir tener una verdadera producción, la obra de Julio Zachrisson nos remite a las palabras de Rodin: “Trabajar como un honesto obrero”. Dedicación, tesón, inspiración conjugada con la sabiduría de sus manos, que no es sino el producto del ejercicio que mejora las conexiones en las sinapsis, dan como resultado una obra fluida y personal. En ella los personajes danzan, se aman, se acechan o se alejan. Algunos nos remiten a los petroglifos de nuestra América Prehispánica, otros asemejan demonios, híbridos personajes producto de algún triste experimento, alusiones a lo nefasto de la tecnología con la implícita denuncia de nuestro alejamiento de la naturaleza, decrepitudes que advierten del fin de una era de aparente progreso en la que más que nunca el hombre se ha convertido en su propio enemigo.

Julio Zachrisson demuestra que es importante el contenido y el continente. Pero sobre todo que el eje principal de su obra es el amor a su tierra, a su gente, y por ende a esta contradictoria humanidad. Nos brinda un poco de América con sus mágicos lienzos, grabados, dibujos o esculturas. Desnuda su interior sin falsos remilgos recreando plásticamente su nostalgia de inmensidad.

 

Por: Mª del Socorro MoraC de Asmat
Artista Plástica y Profesora de Arte Crítica de Arte de AECA
Licenciada en Farmacia DEA en Educación UNED Doctoranda en Bellas Artes UCM

Goya – y poquísimos nombres más – aparte, el grabador español no pasó de ser, hasta principios del siglo XX, un sabio y paciente artesano. Su misión se redujo a ofrecer en libros y revistas imágenes de la actualidad, reproducciones de cuadros y esculturas, vistas de ciudades, retratos de famosos... Cuando la técnica vino en ayuda del arte, cuando el fotograbado liberó al grabado artístico de su condición servil, las cosas empezaron a cambiar. Dejó de ser el pariente pobre de la pintura y descubrió, además de sus posibilidades creadoras, sus peculiaridades técnicas.

Fue algo tan sencillo y tan sorprendente como si un pianista advirtiese que el piano no sirve solo para acompañar a una cantante, sino que puede dar forma sonora a composiciones creadas exclusivamente para él.

El paso de la artesanía al arte tuvo, como todo triunfalismo, su contrapartida : el grabado se enamoró de la belleza y rareza de sus nuevos procedimientos, descuido la invención en beneficio de la expresión. En los momentos actuales, buena parte de los grabadores han convertido su arte en un asombroso y aburrido ejercicio de bien decir nada; es decir, en retórica espectacular y vacía.

Zachrisson es precisamente una de las escasísimas excepciones. Toda su sabiduría técnica – y es mucha – no la utiliza para asombrarnos con efectismos. Cuando raya la plancha metálica y la ataca con ácidos no es para probar su habilidad, sino para revelarnos su mundo. Su obra parece la confirmación de las famosas palabras de Goethe : “¿Tienes un demonio?

Escríbelo “. El arte de Zachrisson es una forma de desendemoniamiento, exorcismo, dramática y sorprendente fantasía. Estos monstruos engendrados por “ el sueño de la razón “, criaturas de aquelarre, a veces pare cen adquirir la luminosa condición de símbolos.

Vienen de parajes oscuros por donde transitaron Holbein y Quevedo, Goya y el expresionismo alemán. Es decir, bajo esta carne visionaria, Zachrisson deja transparentar el esqueleto de moralista que la pone en pie, la sostiene, dándole un oscuro sentido.

Pero lo que el contemplador advierte, antes que el misterioso significado de lo que cuenta, es la capacidad de invención del artista. No es uno de esos, y son numerosos, cuya obra creadora se limita a una serie de variaciones sobre un tema formal, sobre un hallazgo inicial. Zachrisson, por el contrario, actúa como un viajero por los mundos subterráneos, como un cronista que vuelve de su viaje a las sombras con riquísimos y siempre distintos hallazgos. Es la fuerza misma de las imágenes la que se impone al contemplador, sin que se interponga el recargamiento de la expresión. A Zachrisson le basta manejar los procedimientos tradicionales, de la punta seca a la resina, para plasmar su mundo alucinante, del toro al astronauta, del monstruo al patético ser real. Y cuando utiliza el color, cosa que sucede excepcionalmente, no emplea éste en función decorativa, sino expresiva.

No obstante es la tinta única, con sus matices intermedios entre la máxima y la mínima intensidad, la que prefiere dar vida artística a las criaturas de sus sueños.

He aquí, para terminar, un artista que, sin caer jamás en la literatura, ha puesto su gramática plástica al servicio de la más desconcertante y alucinada poesía.

Por José Hierro

Sucede que fue también un mes de octubre, como éste en el que inauguramos esta exposición de Julio Zachrisson (aunque de ello hace más de quinientos años), cuando tuvo lugar un desembarco de navegantes españoles en la isla de Guanahaní.

No es del todo gratuita esta cita, para comenzar esta presentación; puesto que lo que se produjo entonces fue un encuentro histórico y transcendental. Y tiene que ver con lo que ahora queremos establecer en torno a la obra y a la andadura de este singular artista.

Podemos comenzar, pues, por evocar aquella excelente serie de aguafuertes que Zachrisson realizó, anticipándose y con motivo de la conmemoración del quinto centenario de aquel acontecimiento, que supuso el, reitero, encuentro entre dos mundos (culturas) que hasta ese momento no sabían los unos de los otros; y que ha quedado fijado para la historia como el descubrimiento/ conquista de América.

En esta exposición tenemos ocasión de disfrutar de algunos de dichos grabados, que con una visión inigualable, y sobre todo, con una densidad expresiva absolutamente zachrissoniana, nos transportaban - de forma primordial - a los episodios de la llegada a Guanahaní.

España se acercaba, entonces, a América. Eran tiempos de epopeyas y conquistas; en ese remontar eras de la humanidad, que nos ha llevado a territorios actuales de globalización, desde los que se podrían establecer nuevas conquistas - o sería mejor llamarlas logros - de bien distinto signo de aquellos otros. Hablamos de una interculturalidad que sume valores; y nos pueda llevar, desde el conocimiento, a la aceptación y el respeto. Y, por ende, a esa deseada convivencia basada en el equilibrio y la sensatez.

Retomamos, desde aquí, la rememoración de otro episodio, acaecido “algún tiempo después”. Cuando, apenas inaugurada la década de los 60, del pasado siglo, Zachrisson – quien había dejado atrás su Panamá, que lo vio nacer y crecer, hasta completar su mocedad – desembarcó en España. Anhelando, tal vez, conquistas propias y audaces descubrimientos.

El artista se constituyó en protagonista de este nuevo encuentro; eso si, con el trayecto en  sentido inverso. Y una vez acá, decide seguir haciendo camino entre nosotros, comenzando a hacérsenos cada vez más cercano.

A él le gusta fijar como pretexto para esta permanencia, su deseo de acercamiento a nuestro Goya. Aunque, sin duda, fueron otros muchos acontecimientos que (sin ser éste el lugar para enumerarlos) debemos, para ser sinceros, celebrar.

Mucho se ha escrito ya sobre la obra y extensa andadura de este artista. Así es que solo voy (desde mi modesta atalaya de colega, amigo y admirador de sus trabajos) a aportar un breve comentario, que ya quedó reflejado con motivo de otra anterior ocasión: Es una obra que sin duda sorprende, pero también emociona. En sus trabajos hay: misterio, humanidad y ternura; y una extraña belleza, que no se si procede de allende o de aquende; pero que se manifiesta de forma rotunda.

En seguida se descubre en ellos una poderosa e importante porción de magia, y unas enormes dosis de ilusión, vitalismo y sensualidad. Aderezado todo ello por una impronta, que denota una inequívoca conciencia de pertenencia a la madre tierra-como origen-en donde preguntas y respuestas encuentran su sentido más natural.

Esta exposición “Visceralidad bullente” establece un dialogo entre la nobleza del grabado y la grandeza y cercanía del dibujo. Es pues, un encuentro entre esas dos disciplinas, que Zachrisson domina con magistral talento y generosidad.

Los magníficos e imaginativos grabados (aguafuertes, puntas secas...) acogen a los sugerentes y bellos dibujos - o viceversa – constituyéndose en una coherente simbiosis que permite al contemplador sorprenderse con la visión de lo más característico del universo esencial, rotundo y vital, pero sobre todo autentico (y por ello creíble) del autor.

Es sin duda un mundo, el de Zachrisson , que aún mostrando fidelidad a sus raíces amerindias - con esa bella y revivificante impronta que surge del mestizaje, como encuentro que suma culturas - se universaliza más y más, con poderoso lenguaje.

En la muestra podemos encontrar excelentes piezas que fueron hitos, pero también otras recientes e inéditas que, tenemos el privilegio de descubrir.

No quiero dejar en el tintero el recuerdo de otro encuentro, también protagonizado por Julio Zachrisson; y que nos parece tenemos que unir con el contexto de esta exposición y el lugar en que se realiza.

Me estoy refiriendo al que tuvo lugar entre el artista y Luis González Robles - corriendo el año 1961 - con motivo de la celebración de otra exposición, en el Instituto de Cultura Hispánica; y que se constituyó en el germen para el establecimiento de una firme amistad, así como de posteriores colaboraciones con quien, como es harto conocido, desarrolló destacada y fecunda labor - a modo de puente y encuentro – para con el arte de España y el de América.

Resta tan solo decir, que Zachrisson (pintor, grabador, dibujante...) nos habla, sobre todo, desde el rigor y la sinceridad, y también desde la madurez. Lo que nos invita, sin duda, a escucharle disfrutando de esta interesante exposición. Compartiendo la fascinante aventura de este originario y admirado creador.

Texto del catálogo Visceralidad Bullente

Por José Luis Simón

Aunque de su amplia producción representaba solo una muestra, la reciente exposición retrospectiva de grabados por Julio Zachrisson en Galería Allegro fue una experiencia valiosa tanto en lo histórico como lo estético. Incluyó estampas creadas por este maestro a lo largo de cuatro décadas, que daban fiel testimonio de la profundidad y variedad de su conocimiento de las técnicas gráficas.  Para sus admiradores de siempre, ofreció un interesante repaso y, para los observadores más jóvenes, una digna introducción al mundo surrealista y maravilloso de uno de los grandes artistas panameños.

Como siempre, las obras de Zachrisson confirmaban su destreza como dibujante no solo en el sentido tradicional de las Bellas Artes, sino también en cuanto a la autonomía y libertad con la que maneja la línea y la sombra.  La exposición también dejaba en claro su impresionante habilidad como artista gráfico con un repertorio que incluye trabajos en linóleo,  punta seca, aguatinta, aguafuerte, chine collé, serigrafías y litografías, empleadas individualmente o en combinación, con la soltura que solo viene con el conocimiento y los años de práctica incansable. Aunque predominaba el uso del negro, hubo serigrafías y litografías que incorporaban colores, recordándonos su obra pictórica, así como grabados en metal con colores logrados a través del uso de planchas múltiples,  como “iluminación” con tintes aplicados a posteriori, o incorporando papel de colores al proceso de impresión.

La colección de obras sobre papel confirmaba una vez más que, a lo largo de su carrera,  Zachrisson ha creado un mundo propio, único y reconocible.  Algunos de sus personajes nos parecen viejos conocidos, como prototipos que forman parte del inconsciente colectivo,  figuras con las que incluso—a veces— podríamos sentir cierta hermandad.  Otras figuras son monstruosas, cruces entre humanos y objetos, o entre personas y animales, que nos miran de frente, como retándonos desde sus retratos distorsionados.  Percibimos una sensualidad oscura, un humor negro y, en no pocas ocasiones, nos parece estar observando representaciones de pensamientos freudianos relacionados con la condición humana, la violencia y la sexualidad. Con la picardía que lo caracteriza, Zachrisson se burla de la soberbia de los seres humanos, la hipocresía de la sociedad y  la insensatez de muchas de nuestras realidades políticas.

La serie más antigua en la muestra era “Comején”, un grupo de grotescos pero divertidos grabados en linóleo en los que figuras humanas son devoradas por esas bestiecillas (que aquí aparecen agigantadas),  tan odiadas por la avidez con que carcomen nuestras construcciones tropicales.  Entre los grabados en metal, figuró la serie “Circo” de 1970, con cuatro dramáticas composiciones pobladas de animales apócrifos, aves insólitas,  acróbatas semi-desnudas,  caras o caderas con máscaras y hombres que fisgonean.  Para Zachrisson, el circo funciona como metáfora de la humanidad y del balance precario que los seres solo logran a través de extrañas maromas.

En las obras de los años ochenta y noventa, aparecieron figuras de mayor tamaño que, solas o en pareja, dominan la composición.  Rodeadas por una suerte de “auras” o líneas que repiten sus siluetas,  nos recuerdan la manera que las indias Kuna de Panamá cosen las figuras y diseños en sus “molas”.  En “El beso”, los dos seres, unidos por una sola lengua, están rodeados no solo por sus auras sino también por formas juguetonas que asemejan espermas o óvulos en el espacio circundante.

Zachrisson conoce bien no solo las tradiciones indígenas y precolombinas de Panamá, sino también su folklore y leyendas urbanas, así como la mitología y literatura universal. Aunque ha vivido en España desde 1961, sus estudios anteriores en México y una honda conexión con sus orígenes han imbuido sus trabajos de un sentido latinoamericano que él ha armonizado con elementos de la tradición artística y literaria española.  Sabemos que admira a Goya, grabador por excelencia que ilustró y criticó las realidades de su tiempo. En la muestra de grabados, llamaba la atención su obra titulada “Panamá 20 de diciembre1989”,  un representación sui generis, aunque un tanto literal, de la invasión norteamericana.  Desde  la izquierda  y derecha inferior de la composición surgen dos grandes masas triangulares de seres humanos, en su mayoría soldados de cada uno de los dos países. En el centro, contra un fondo blanco y optimista, surgen tres figuras (como una pequeña familia) que se elevan del desbarajuste hacia un futuro mejor.

De su producción más reciente, impresionó la serie “Bacanal salvaje” en la que se desarrolla una historia macabra en una misteriosa secuencia. Sus protagonistas son creaturas híbridas, hombres con cabezas de animales, y bestias que llevan a cabo un rito erótico dentro de un paisaje oscuro y arbolado.  Finalmente, hubo muchas reacciones ante la serie “Mono loco”  de grabados en punta seca y aguatinta, y luego impresos sobre el delicado papel a color en el proceso conocido como “chine collé”.   En cada uno de ellos, el hombre o la mujer se asemeja tanto al primate que se pierde la línea entre los dos y, como dijera el artista, “no se sabe cuál de los dos es más mono”.

En cierta medida, esta mini exposición histórica de grabados contribuyó hacia sanar una deuda que Panamá tiene pendiente con el artista y el público. Aunque Zachrisson es un artista mundialmente reconocido que ha sido condecorado tanto en España como en su país, cuyas obras han sido presentadas en innumerables exposiciones y publicaciones, en Panamá aun no se ha presentado la gran exposición retrospectiva que su trayectoria amerita.   La exposición en Galería Allegro nos entregó una pequeña muestra de lo valiosa que sería esa gran visión.

 

Por: Mónica E. Kupfer

Julio Zachrisson es uno de los artistas panameños más reconocidos en el exterior.  Su larga carrera artística, desarrollada principalmente en España donde ha vivido desde 1961, culminó recientemente cuando le fue otorgado el prestigioso -- y bien merecido--  Premio Aragón-Goya por su labor en el grabado. Su hoja de vida incluye estudios en México, Italia y España, así como múltiples premios y exposiciones en Europa, Estados Unidos y América Latina. Sin embargo, Zachrisson nunca ha dejado de ser muy panameño.  La personalidad extrovertida, el acento y el vocabulario vernáculo que lo caracterizan reflejan sus orígenes, como lo hacen los temas que surgen en sus trabajos artísticos. Es un personaje intenso, con mucho mundo, pero que nunca ha perdido contacto con sus raíces. 

Su fama la adquirió Zachrisson como grabador.  Las aguafuertes, puntas secas y litografías que ha creado desde los años sesenta son fiel testimonio de una extraordinaria habilidad técnica y de una febril imaginación. Aquellas obras surreales, llenas de personajes y de historias, enfocaban temas relacionados a la literatura, la mitología, las leyendas y el folklore urbano de Panamá.  El dibujo cuidadoso y el mundo detallado de aquellos grabados poblados de figuras grotescas dejaban testimonio de las conexiones que existen entre Zachrisson y la tradición artística de España, los artistas latinoamericanos como José Luis Cuevas y la realidad social y política de Panamá.  Los personajes a quienes Zachrisson ha dado vida con sus trazos inquietos sobre las planchas de grabado son vivos, volumétricos y sexuales, reales pero a la vez imaginados.

Zachrisson también ha creado un cuerpo de trabajo en  pinturas sobre lienzo, obras que vimos por última vez en Panamá durante su exposición “Obra Pictórica 1984-1993” presentada en el Museo de Arte Contemporáneo hace seis años.  Inicialmente, sorprendió la manera en que las pinturas se diferenciaban de sus grabados.  Los óleos enfatizaban el diseño bidimensional y el color más que el volumen, con colores planos e intensos, bordes definidos y brochazos casi invisibles que dejaban poca evidencia de la intervención del artista sobre el lienzo. Sin embargo, aún estaba presente en estas obras el humor de Zachrisson y su relación con Panamá.  Visualmente, las obras recordaban  las molas que cosen las indias Kunas de San Blas, en las que colores vivos aparecen superpuestos unos a otros, creando bordes que, como aureolas, repiten la forma inicial.  Asimismo, las figuras deformadas y los títulos dejaban entrever el sarcasmo y los temas de siempre. Estaban Eva con su culebrón, la histérica figura de la mujer Despavorida, la Bruja Kuna rodeada de gusanos/espermas, y la muy Malsentada.   Los hombres, por su parte, fumaban, comían, componían y tocaban música; y la naturaleza estuvo representada por el loro que en el interior de Panamá llaman Cazanga y la hoja del Bijao que en el caso de Zachrisson envuelve a una mujer en vez de un tamal.

Es dentro del contexto de su trayectoria que se deben considerar las obras recientes que Julio Zachrisson presentó en la Galería Habitante de la ciudad de Panamá a principios de este año.  Esta exposición consistió de una serie de trabajos en técnica mixta sobre papel con los que  Zachrisson volvió a sorprender. No se trata ya de grandes lienzos, sino de dibujo-pinturas a color, de proporciones pequeñas, casi personales.  Aunque en cada obra hay un elemento central como en sus pinturas anteriores, ahora todo es más sutil.  Los formatos son más íntimos, el dibujo más delicado y los colores más discretos.  Volvemos a percibir la habilidad de dibujante en los trazos y el uso del claroscuro que recordamos de sus grabados.

A su vez, los fondos dibujados han adquirido más personalidad como participantes del drama de la obra y las figuras ya no hacen referencia a historias específicas, sino que se han vuelto más bien simbólicas y atemporales.   En esta serie, Zachrisson parece estar haciendo honra a la tradición cubista, jugando con la geometría y hasta la prismatización del espacio, así como con la interpretación visual desde varios ángulos simultáneos.  Varios trabajos también incorporan una sensación de movimiento que recuerda el dinamismo característico del futurismo. Una obra en particular, compuesta de formas amarillas y grises, incluye una  figura de cara piramidal, muchas piernas y formas angulares que citan, casi a manera de parodia, la geometrización sintética de Braque combinada con la danza contenida de Severini.  Este tributo al arte de principios de siglo, y especialmente a la geometría, es interesante en el trabajo de un artista que hasta ahora ha explorado más bien la sensualidad humana y las formas orgánicas en un surrealismo de su propia invención.  

A primera vista, las obras de esta exposición parecen algo oscuras y sencillas, casi anti-monumentales dentro del contexto de  la obra de este maestro.   No están los populosos e intrigantes ambientes de sus obras gráficas ni los tonos vivos de sus óleos.  Ni siquiera vemos el blanco del papel pues Zachrisson emplea para estas obras fondos de diversas tonalidades.  Ahora dominan las líneas rectas y los ocres, grises, rojos cobrizos y amarillos quemados.  Además, están ausentes los títulos que en otras ocasiones han servido para magnificar la ironía del mensaje de Zachrisson.  Pero quizás no eran necesarios porque para quien se detiene a observarlas, de una manera tranquila --como en un tete a tete--,  estas figuras hablan por sí solas. 

Las Figuras de esta última muestra de Zachrisson no son anecdóticas sino emblemáticas.  En la mayoría de las composiciones aparecen uno o dos personajes en el centro de la imagen, a veces como trenzados o con otros seres o sombras detrás.  Lentamente, empezamos a reconocerlos.  Estas figuras esquemáticas montan a caballo, tocan instrumentos imaginarios, nos ofrecen frutas prohibidas, hasta bromean con el espectador. Las extremidades están por doquier y las manos juegan un rol central –y divertido--.  Aparecen entrelazadas o abiertas en sorpresa,  sosteniendo la cabeza, retorciéndose como de preocupación, o rebuscadoras y lujuriosas en casos donde el mensaje erótico del juego de manos es obvio.  Julio Zachrisson se habrá vuelto más sutil, pero no ha perdido nada de su gracia.

Por Mónica E. Kupfer